Andy Denzler: ecos en movimiento


Ha sido, cómo no, gracias a Facebook como he descubierto la obra del suizo Andy Denzler: un amigo ha publicado un enlace a su página web. La propia imagen en miniatura que acompaña al link ya provoca por sí sola la suficiente fascinación como para posponer la divagación cibernáutica y adentrarse en la contemplación de estas imágenes. Son fotografías de pinturas enigmáticas, imágenes que laten sordas tras un velo translúcido, tras una perturbación en movimiento que las transforma casi en fugaces recuerdos.

La fascinación por la técnica aparece casi de inmediato. Uno se pregunta cómo se percibirá en vivo lo que se adivina en la foto, siempre engañosa y pobre. El flujo de la pintura, el grosor de las capas, el aspecto a corta distancia de las mezclas que el azar del deslizamiento horizontal ha provocado, el detenerse en las áreas que no han sufrido movimiento, que permiten entrever las claves del proceso.

El tratamiento de la pintura me remite a las abstracciones tardías de Gerhard Richter y las imágenes desenfocadas a sus retratos de los 60. Y sin embargo, el camino de Denzler es casi el inverso: empezó con la abstracción y ha acabado acercándose a lo concreto. No es, como en el último Richter, un intento de escondernos el referente. Es el propio referente, que me llega desde una enorme distancia. La distancia del recuerdo y de la ensoñación. La distancia de la cinta de vídeo gastada cuya imagen oscila en la pantalla, poniendo ante mis ojos lo efímero de un instante que acaso ya nadie recuerde. Es esa extrañeza de la que hablaba Barthes, la de constatar que aquello efectivamente existió. A pesar de su oscilación, de su fragilidad, de que la pantalla que nos muestra esas huellas de lo real se apagará con un chasquido de un momento a otro, quedando muda otra vez.


Andy Denzler trabaja muy rápido. Me atraen los pintores que pintan rápido. Quizá porque yo también lo hago. O quizá porque la pintura en realidad es eso, embarcarse tras mucho meditar, tras mucho investigar, tras mucho acumular y preparar y manipular, tras todo ese trabajo previo; embarcarse por fin en la propia pintura y abandonarse por entero al proceso, sin un respiro, hasta el final.


Habría que plantarse ante una obra de Denzler y corroborar in situ todas estas impresiones, o puede que -plausiblemente- hubiera que matizar algunas, pero sea como fuere seguro que la experiencia merecería la pena. Y, si no lo remedia una próxima exposición por nuestras latitudes, el viaje a Zurich también.

www.andydenzler.com

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