ALGUNAS CONSIDERACIONES DE TIPO LEXICOGRÁFICO SOBRE MI OBRA


“Tú tienes una cierta tendencia a la deriva”.

Hace poco, un profesor de arte me hizo este comentario refiriéndose a mi obra. Aquello me dejó perplejo.
Creo que mi perplejidad no provenía de mi acuerdo o desacuerdo con tal aseveración, lo cual por lo demás es irrelevante. Provino más bien de la constatación de que el comentario girase en torno a un término en concreto, ese término y ningún otro. La cosa podría haber tenido implicaciones radicalmente diferentes de haber sido del tipo: “tú tienes una cierta tendencia a la dispersión”, o incluso: “tú tienes una cierta tendencia a la indecisión”. Con cualquiera de estos enunciados la perplejidad no habría existido, ya que uno acaba conociéndose al cabo de los años y ya le suenan algunos de los epítetos de que es merecedor.
Pero no ocurrió nada de esto. La palabra era deriva.
Una rápida búsqueda en el diccionario me hizo saber que, en náutica y en aeronáutica, la deriva es el abatimiento o desvío de la nave (o aeronave) de su verdadero rumbo por efecto del viento, del mar o de la corriente. Por tanto, si el comandante a bordo quiere dirigirse a un punto determinado en línea recta –lo que suele ser habitual por otra parte–, debe realizar una corrección de deriva en su rumbo para contrarrestar los efectos indeseados. Como es lógico, una premisa fundamental es que el comandante debe saber con certeza a qué emplazamiento debe, o quiere, dirigirse.
Los pilotos suelen tener una idea muy concreta de cuál va a ser su destino, propiciada por el hecho ineludible de que todos los pasajeros del avión o barco coinciden en el lugar al que quieren dirigirse. Esta feliz coincidencia hace que el piloto, que acostumbra a ser servicial, se vea liberado de la necesidad de tomar una decisión al respecto. Y digo liberado porque no suele ser una decisión fácil. Y si no preguntémonos cuántas veces nos dirigimos a algún lugar guiados estrictamente por nuestra voluntad, y no por alguna obligación o necesidad. Y aunque esto ocurra, preguntémonos si realmente estamos seguros de querer ir justamente a ese lugar. Lugares hay muchos, y de ellos muchos son objeto de interés.
Así que resultaba que yo, piloto de mi propia obra, una obra cuyos pasajeros son cada uno de su padre y de su madre, pasajeros que provienen del cine, de la literatura, del legado artístico de unos y otros, de la modernidad, de la posmodernidad, de la vida cotidiana y sus avatares diversos, de mi propio acervo de estímulos, intereses, obsesiones, miedos y fobias, desvaríos, quehaceres, experiencias sexuales, vivenciales o psicotrópicas; pasajeros que se mezclan entre sí y forman grupos de afinidades lúdicas, o bien se repelen en un recíproco desentendimiento, o incluso se enzarzan en violentas peleas para acabar reducidos a un amasijo de vísceras sanguinolientas a ser recicladas en el menú de a bordo (dado que hay crisis en el sector y no cabe desperdiciar nada); yo, piloto de todo esto y de mucho más, no sólo no tenía claro a qué puerto quería llegar, sino que vagaba a merced de los elementos sin una mínima corrección de deriva. Estupendo.
Pero el diccionario también daba pie a la esperanza. A renglón seguido pude leer que, en geología, la deriva continental es el desplazamiento lento y continuo de las masas continentales sobre un magma fluido en el curso de los tiempos geológicos. Entonces, si mi obra se desplazaba lenta pero continuamente, ¿no había en ello una dirección implícita? Aquello me hizo presa de una repentina felicidad. Aunque, bien pensado, también estaba la circunstancia de desplazarse la masa (la obra) sobre un magma fluido: sin desintegrarse, sin derretirse por el efecto del calor que la hiciera mezclarse sin solución de continuidad con ese magma informe. Acaso fuera ésta una metáfora sobre los artistas de la anti-forma, en cuyo caso el profesor me estaría diciendo que mi obra se resistía a la disolución de la forma, es decir, que conservaba todavía un patético apego a la idea obsoleta de obra-objeto, a estas alturas del siglo XXI y su poliédrica realidad artística. Un verdadero dilema.
Acto seguido leí la siguiente acepción del concepto. En biología, la deriva genética es la evolución del genoma de una población a lo largo de sucesivas generaciones. Otro brote de optimismo: desde Darwin, la palabra evolución implica un mejoramiento, una tendencia a lo positivo. ¿Me estaba diciendo mi profesor que mi obra estaba evolucionando? Aunque, claro está, si esta evolución se produce necesariamente “a lo largo de varias generaciones”, ello significa que será la obra de mis hijos, o peor aún, la de mis nietos, la que será evolutivamente superior a la mía. Dos contrariedades: primera, mi propia obra nunca evolucionará por más empeño que yo le ponga; segunda, debería plantearme de una vez tener niños.
A tal estado de desánimo vino a sumarse otro hecho. En un acceso de crueldad, el diccio­­nario me arrojó la última definición: ir a la deriva significa ir sin dirección o propósito fijo, a merced de las circunstancias. El mensaje de esta definición se parecía sospechosamente al de la primera, la del mundo de la náutica, excepto en que ahora se hacía referencia al papel determinante de las circunstancias. ¿Se refería el profesor, en un ejercicio de erudición, a “la circunstancia” de Ortega y Gasset? En tal caso mi obra (como emanación del yo) dependía estrechamente de mi propia vida. Enseguida me consideré emulando a John Cage y a los artistas del fluxus en la encomiable tarea de aunar arte y vida. Pero había que sopesar la posibilidad de que el citado profesor nunca hubiese leído a Ortega­­­; así pues, ¿se refería simplemente a que mi obra se zarandeaba a merced de cualquier cosa menos una voluntad artística? Bien es cierto que era otra posibilidad.
Tras este saludable ejercicio lexicográfico, un ser pesimista o simplemente con sentido común habría captado por fin el mensaje y dejado inmediatamente de hacer arte. Porque, si su obra navega sin rumbo conocido, si está anclada sin remedio en la idea burguesa del arte-objeto, si sólo puede evolucionar a través de sus hijos y si, además, su vida nada tiene que ver con el arte, ¿qué sentido tendría seguir con ello? Al menos se le vería un bello gesto final que acaso fuera el único acto artístico honesto, al más puro estilo de los Bartleby de Vila-Matas: dejaría de hacer. O dicho de otro modo, preferiría no hacerlo.
Pero uno es un tozudo patológico, se aburre con Vila-Matas y además está seguro de que sus hijos le saldrán contestatarios y aborrecerán el arte. Y por otro lado, con suerte pronto ya no habrá más profesores en mi vida. Tan sólo habrá el mismo mar solitario de siempre, un mar lleno de posibilidades, ideal para tomar el barco y olvidarse en casa las cartas de navegación. 
 

2 comentarios:

  1. Artista y arte son palabras muy grandes y dispersión...deriva...naufragio? A todos los que nos gusta crear, llevamos esas y muchas palabras más escritas en nuestra piel...lo importante es mantenerse a flote y seguir.
    No sé,si como pintor y escultor lo conseguirás , pero como escritor,felicidades!! Deberías intentarlo ya que las artes y las letras van de la mano.

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