El nuevo Panóptico. Disciplina, vigilancia y espectáculo social


La concepción de la prisión moderna introdujo un tipo específico de edificación: la arquitectura panóptica. Ideado a finales del siglo XVIII por el pensador y jurista inglés Jeremy Bentham, un edificio panóptico se basa en la idea de que una sola persona pueda vigilar a la vez a todo el conjunto de individuos. Desde una torre central, el vigilante domina sin ser visto todos los puntos del edificio así como a todos los sujetos, distribuidos de forma circular a su alrededor. Cada persona no sabe nunca si está siendo observada, por lo cual debe actuar como si lo estuviera siempre: de este modo acaba interiorizando este mecanismo hasta el punto de convertirse, él mismo, en su propio vigilante. El diseño espacial se convierte así en instrumento específico de aplicación del poder y, además, en todo un modus operandi general para el suministro de disciplina a grupos humanos. No en vano la gran eficacia de este sencillo método carcelario extendió, durante los siglos XIX y XX, el uso de la aquitectura panóptica a la construcción de escuelas y hospitales. 

Michel Foucault, en Vigilar y castigar (1975) describe este mecanismo panóptico no sólo como una tipología arquitectónica concreta, sino además como el modelo simbólico paradigmático del uso del poder en la época moderna: el dispositivo disciplinario [1]. En las sociedades modernas y contemporáneas (o, en su terminología, las “sociedades disciplinarias”), la forma en que se manifiesta el poder ya no es la del espectáculo público, esto es, el castigo ejemplar en la plaza ni la receta de pan y circo; es la de la disciplina. Ésta somete a sus integrantes a un control sistemático y eficiente en muchos aspectos de su vida. Foucault ha escrito: 
"la hermosa totalidad del individuo no está amputada, reprimida, alterada por nuestro orden social, sino que el individuo se halla en él cuidadosamente fabricado, de acuerdo con toda una táctica de las fuerzas y de los cuerpos. Somos mucho menos griegos de lo que creemos. No estamos ni sobre las gradas ni sobre la escena, sino en la máquina panóptica, dominados por sus efectos de poder que prolongamos sobre nosotros mismos, ya que somos uno de sus engranajes” [2]
En definitiva, según Foucault el diseño panóptico es el punto de partida en el que hunde sus raíces toda una genealogía moderna de la vigilancia. 

La aplicación moderna del poder hace uso del espacio como instrumento eficiente y económico. Se podría decir que el esquema panóptico tiene su correlato en el diseño urbano contemporáneo. La labor del urbanista es eliminar de la ciudad todo lo que hay en ella de caos y de imprevisibilidad. En la creencia de que mediante una concepción previa determinada del espacio urbano sus habitantes adecuarán sus comportamientos y relaciones a las pautas prefijadas, el diseñador se constituye en una suerte de demiurgo que se apresta a delimitar, marcar y delinear. Siguiendo a Manuel Delgado, su objetivo –y su obsesión- es convertir la urbs, espacio temido por el acontecer ajeno al poder, en polis, a la que sirve [3]. Un espacio perfectamente legible, rápidamente interpretable, cuyos usuarios queden reducidos a la mera condición de transeúntes. La finalidad última es el control permanente de toda actividad urbana, que es lo mismo que decir de toda actividad social. El poder trabaja incansablemente para mantener el orden público, entendido como un estado ideal de visibilidad total, de transparencia absoluta de cada acción individual, que suprima de facto la posibilidad de conflictos, de disensos, o sencillamente de comportamientos indetectables. El poder concibe la planificación urbanística como la herramienta a priori para la consecución de este objetivo. La ciudad debe ser geométrica y racional para poder ser convenientemente monitorizada. Sus vericuetos deben ser destapados; sus opacidades, erradicadas. Tan sólo una visibilidad total puede garantizar un control total.

En los últimos tiempos, las nuevas tecnologías (CCTVs, sistemas telemáticos, Internet, telefonía móvil) han hecho posible la extensión del panóptico hasta ámbitos antes insospechados, y también su descentralización en nodos de vigilancia heterogéneos y remotos. El espacio urbano (y, cada vez más, el interurbano) está plagado de cámaras que monitorizan nuestro comportamiento y envían las imágenes a servidores centralizados para su análisis, procesado y almacenaje. Se ha llegado a decir que las ideas de Foucault han quedado obsoletas en tanto remiten a una concepción moderna del panóptico basada en una centralidad física, espacial; hoy quizá quepa hablar de un “post-Panóptico” [4] o de un “superpanóptico electrónico” [5].

Gilles Deleuze ha dicho que las sociedades disciplinarias de Foucault han sido desplazadas por las “sociedades de control”, que ya no operan mediante encierros espaciales sino mediante la dispersión controlada y el alejamiento del ciudadano de los centros de poder. El médico a domicilio ha sustituido al hospital; la empresa ha sustituido a la fábrica. El individuo lleva a su casa el control mismo en forma de teletrabajo, de autoformación continuada y de endeudamiento, que es en realidad su encierro. La placa identificativa ha dado paso al password, que es lo que le separa del acceso a la información. El nuevo instrumento de control social no es la disciplina sino el marketing [6]. 

Por otra parte, el consumo generalizado de tecnología ha añadido a sus bondades un efecto perverso sobre el ciudadano anónimo. Mientras Internet ha llevado a todos los hogares el ojo ubicuo de los poderes políticos y económicos, la telefonía móvil lo ha instalado en el individuo mismo. Un aspecto fundamental del Big Brother televisivo (que no del orwelliano) era que sus participantes se sometían a la vigilancia de forma voluntaria. De algún modo esto mismo ocurre con el uso de Internet y de los dispositivos móviles: el ciudadano-consumidor, pese a ser consciente de su pérdida de anonimato, decide voluntariamente incorporarlos a su vida.

En los últimos cuatro o cinco años, la joven historia de la vigilancia panóptica ha conocido una interesante vuelta de tuerca. La llegada de la llamada Web 2.0 ha supuesto un cambio de rol en el tradicional ciberusuario, que ha pasado de una actitud pasiva a una activa, convirtiéndose en productor de contenidos. La Red es ahora más transversal, más multilateral y menos jerárquica. La apabullante irrupción de las redes sociales, que ha llevado la propagación de contenidos hasta velocidades de vértigo, y la popularización de dispositivos móviles “inteligentes”, han convertido a la sociedad occidental entera en un permanente Big Brother, en un show televisado global en el que todos somos a la vez actores y espectadores.

Pero existen en la arena otros espectadores que no están visibles. Ocultos tras el banquete tecnológico, recaban datos, registros, localizaciones y pautas. Acumulan con paciencia una información precisa de cada individuo, servida por él mismo a cambio de mayor acceso a información y servicios. Controlan el sistema para tratar de mantener este juego de apariencias “democrático” en una dimensión lúdica, de consumo, lo cual equivale a decir inofensiva. El binomio Web 2.0-iPhone es el panóptico de nuestros días. Su mecanismo ya no es la disciplina sino el mercado dirigido y la exhibición social. Su cerebro es cada vez menos político y más económico. Sus tentáculos son más invisibles y su cara es más evanescente que nunca. La lógica del espacio centralizado ha sido desplazada por la del espacio difuso, virtual.

Los efectos generalizados de la crisis actual han hecho proliferar un uso diferente de las nuevas tecnologías, en apariencia más cercano a la utopía de una red democrática. En el último año, las nuevas revueltas sociales globales han visto en Facebook o Twitter vías idóneas de propagación, de comunicación directa entre los ciudadanos; un canal por el que hacer públicos registros documentales no mediados de las actividades ilícitas del poder. El ojo de la cámara se ha vuelto hacia su habitual operador y le mantiene en el foco, revertiendo la dirección unívoca de la vigilancia. Basta con llevar un dispositivo móvil para convertirse en vigilante. La sinceridad de las imágenes crudas puede dar la vuelta al mundo en cuestión de horas, y éstas llegan a cada individuo libres de toda mediación. Pese a los altos niveles de “ruido” que contaminan la red, como ya señaló Paul Virilio en su crítica “dromológica” a la era de la información [7], estas imágenes son susceptibles de un consumo directo, en bruto. Son imágenes-documento, del mismo modo que lo son los inputs de la televigilancia en sentido inverso: material pendiente de procesar, que habita un estadio previo a toda interpretación y a toda mediatización. Es decir, un estadio pre-político. Con ello, la imagen en bruto conlleva un potencial de repolitización ciudadana, al contrario de lo que ha preconizado Virilio: al adormecimiento por el ruido de los blogs acaso le siga el despertar por el silencio del documento en bruto. La velocidad de la comunicación global, que para el autor deviene en una nueva forma de fascismo, ha permitido pensar una resistencia al totalitarismo. Parece, pues, que hay espacio para la política. Movimientos como Occupy Wall Street o el 15-M tienen mucho que ilustrar al respecto.

Pero esta comunicación directa y transversal, este aparente by-pass al control del poder, son en el fondo tan sólo ilusorios. Por un lado, el medio de transmisión mismo no es libre sino propiedad de unas pocas corporaciones. Puede que el agua sea nuestra, pero el grifo no lo es. Por otro lado, tal como artistas como Harun Farocki se encargarán de señalar, tampoco podemos confiar en las propias imágenes-documento. No es posible verificar ni su procedencia ni su autoría, como tampoco saber siquiera si reflejan el acontecimiento real. En la era del videojuego, de Photoshop y del self-editing, las imágenes han perdido toda legitimidad como “documentos de la verdad”. Baudrillard está en lo cierto: todo es, o es susceptible de ser, simulacro.

En aras de la seguridad pública y de una supuesta protección de derechos individuales, el poder político interpone cada vez más trabas a la libre circulación de contenidos en red. El caso Wikileaks-Assange y el refuerzo de las leyes de protección de derechos de autor son sólo unos pocos ejemplos de esta tendencia fiscalizadora de la Red. Bajo ella late el nerviosismo de unos poderes públicos angustiados por controlar este riesgo viral a su propia permanencia. Con todo, el poderoso del mundo “libre” duerme tranquilo. Sabe bien que exorcizar sus fantasmas es tan fácil como cerrar un grifo.  


Javier Girón.
Enero de 2012.




[1] Boyne, R. “Post-Panopticism. En: Economy and Society, núm. 29, 2000, p. 285-307.
[2] Lyon, D. Surveillance Society: Monitoring Everyday Life. Open University Presss, Buckingham, 2001. Citado en: Koskela, Hille. “‘Cam Era’. The contemporary urban Panopticon”. En: Surveillance & Society, vol. 1, núm. 3, 2003, p. 292-313.
[3] Deleuze, Gilles. “Post-scriptum sur les sociétés de contrôle”. En: L 'autre journal, núm. 1, París, mayo de 1990. Traducido en: Polis. Revista Académica Universidad Bolivariana [en línea; consulta: 28-11-2011 ].
http://www.revistapolis.cl/13/dele.htm
[4] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Siglo XXI, Madrid, 2004.
[5] Ibíd., p. 220.
[6] Delgado, Manuel. “De la ciudad concebida a la ciudad practicada”. En: Archipiélago: Cuadernos de crítica de la cultura, núm. 62, 2004, p. 7-12. 
[7] Virilio ha dicho: “el riesgo [de Internet] no es la censura por privación de información sino rigurosamente lo contrario: la censura por saturación, indiferenciación, ruido e interferencias, babelización: todo el mundo habla, nadie se escucha. Crece la despolitización”. Virilio, Paul, “Hay que recuperar la historia” (entrevista). En: El Paseante, núm. 27-28, Madrid, 1998.

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